jueves, 16 de septiembre de 2010 | By: Alejandro Vega

Sobre cómo me otorgaron el don de la inmortalidad por la sangre...

Mi vida como mortal carece hoy en día de sentido. Fuí abandonado en un monasterio en las lindes de los Cárpatos, donde su abad me acogió y me crió. Nunca conocí a mis padres, nunca supe de donde venía... y nunca lo sabré. Pero sí sé a donde quiero ir, y nadie me impedirá hacerlo. Años pasé en aquel monasterio, algo más de dos décadas, haciéndome fuerte y, sobre todo, estudiando. El Señor no me había otorgado con un bello rostro, pero si con una gran capacidad de aprendizaje. Cuando aquel cubículo se me quedó pequeño, decidí ir a la sede central de mi orden: el Monasterio de San Juan Estudio, situado en la capital del imperio Bizantino.

El centro neurálgico de los Obertu se me presentó como un lugar lleno de posibilidades, si bien en aquella época lo recuerdo bastante tenebroso... Era demasiado débil por entonces. Había una inmensa cantidad de libros nuevos, que devoraba noche tras noche con avidez. En ese momento todavía estudiaba simplemente por placer... además de débil era demasiado inocente... y entre sesiones de estudio le conocí. Su nombre era Theoleon, y nunca dejaba que se le viera el rostro. Su voz era imponente, grave y ligeramente gutural, y vestía unos hábitos distintos a los de la mayoría de los hermanos, de un profundo color negro. Nuestra primera charla fue bastante simple, pero al parecer a él le intereso de sobremanera.

No siendo capaz de quitarme de la cabeza a aquel hombre cuya aura destilaba algún tipo de poder que yo no podía comprender, hice lo que mejor se me daba: estudiar e investigar. La curiosidad se acrecentó en mi alma cuando escuché entre los muros del monasterio que Theoleon pertenecía a un grupo de monjes llamados los "Iluminados", la élite dentro del Monasterior, pero me curiosidad se vió rápidamente sustituida por inquietud cuando pude notar su figura vigilándome desde la ventana de mi dormitorio.

- "Azael..." - me decía, con su desconcertante voz - "Eres diferente a los demás... tienes las aptitudes... tienes el interés... Eres buena materia para poder unirte al grupo de los Iluminados..." - de no haber sido por lo pusilánime de mi existencia de entonces, me habría sentido entusiasmado, en vez de asustado - "¿Estás dispuesto a realizar los sacrificios necesarios y a recorrer el sendero de la Iluminación para convertirte en un Obertu?".

Asentí ligeramente con la cabeza, aún confuso. Entonces él, con un pequeño cuchillo, se rajó la muñeca, manchándose todo de brillante carmesí - "Bebe, Azael." - mi duda pudo ser comprensible, pero aún así bebí. La sangre era deliciosa, potente y... divina. Lo noté en ese momento. Sabía que Theoleon no era humano. Podría ser un ángel, o quizás algun otro ser, pero su divinidad era innegable. Y yo la quería.

- "A partir de hoy, Azael, te alimentaré cada semana, a cambio de demostrar tu valía. Cada semana deberás demostrarme tu evolución, la capacidad que tienes de adquirir conocimientos donde otros no los tienen... y yo, te alimentaré de mi sangre".

No me costó mucho tiempo descubrir la naturaleza cainita de Theoleon y los demás iluminados, pero yo no estaba ahí para criticarlos. Su maldición, al fin y al cabo, era obra del Señor. Era la prueba que tenían que superar para trascender a la divinidad, y si bien los ideales eran correctos, con el tiempo su evolución determinó una aberración como creo que nunca jamás volveré a ver...

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